La importancia de desarrollar programas de empleabilidad flexibles para jóvenes provenientes de contextos socioeconómicos vulnerables.
Arianna Ranesi Murillo, Técnica ZING Becas, Área Empleabilidad
Siempre que decidimos estudiar, estamos realizando una inversión. La importancia y el alcance de esta inversión, ya sea en términos de tiempo, recursos o dinero, estarán determinados por diversos elementos, como la duración del programa académico, la complejidad de los estudios o su costo económico. Por lo tanto, la elección de una trayectoria educativa estará fuertemente influenciada por la capacidad de inversión de cada persona o familia.
Cuando se trata de elegir un camino educativo, los jóvenes deben contar con cierto capital económico que pueda soportar no obtener beneficios o retrasar su obtención a corto plazo. Aquellos que necesiten rentabilizar rápidamente su inversión educativa no podrán asumir este costo y es más probable que terminen sus estudios después de cursar un Grado Medio y no lleguen a acceder a un Grado Superior o cursar estudios universitarios. Incluso dentro de la misma universidad, pueden optar por un itinerario académico menos costoso.
Es importante considerar también la capacidad de aprovechar la formación que se desea cursar. Para que un joven pueda hacer un uso efectivo de los recursos educativos, es necesario que cuente con condiciones sociales, escolares y familiares básicas que le brinden la estabilidad suficiente para dedicarse a su formación académica (Vallvé, 2015). Cuando estas condiciones favorables no están garantizadas, aumenta el riesgo asociado a la inversión, ya que no podrá destinar exclusivamente sus recursos (tiempo, dedicación, esfuerzo, etc.) a superar sus estudios. Como se menciona en el informe sobre “Abandono Escolar Prematuro de la Fundación Bofill”, los estudiantes provenientes de entornos con mayores recursos económicos presentan tasas de abandono por debajo del 1%, mientras que aquellos que provienen de contextos más vulnerables lo hacen en casi un 20%.
Aquí es donde se destaca otra forma de desigualdad que a menudo se pasa por alto: la capacidad de afrontar el fracaso. Es decir, tener la certeza de contar con una opción alternativa en caso de no lograr el éxito (como prolongar los años de estudio, repetir asignaturas, cambiar de itinerario o de centro) nos sitúa en un escenario mucho más llevadero que aquel en el que nos encontraríamos si no tuviéramos esta opción. Al evaluar rápidamente los costos, aquellos que saben que no tienen una opción B (y necesitan garantizar el éxito de su inversión) es más probable que elijan un camino más seguro. Por lo tanto, cometer errores también se convierte en un privilegio.
Basándonos en lo anterior, se puede afirmar que un programa de becas dirigido a jóvenes en situación de vulnerabilidad económica y social, que tenga en cuenta esta premisa y sea más tolerante ante posibles errores, tendrá un impacto más significativo en la lucha contra las desigualdades sociales y educativas. Tal como afirman Mullainathan y Shafir, “(un programa flexible) posibilita que las oportunidades concedidas a las personas se ajusten al esfuerzo que le dedican y a las circunstancias que afrontan. No elimina la necesidad de trabajar intensamente, más bien permite que este esfuerzo intenso dé mejores resultados a quienes responden al desafío.” (Mullainathan y Shafir, 2016). En conclusión, cuanto más flexible sea la ayuda, más riesgos podrá asumir el joven, lo cual le permitirá optar por inversiones académicas más prometedoras que finalmente lo encaminarán hacia sectores laborales nuevos y mejores, y así romper el ciclo de desigualdad del que provenía, o al menos no impedirlo.